jueves, 17 de enero de 2013

Aquella casa...

Cuarenta años y tres muertos después, entré  en aquella casa.

 Paso todos los dias delante de ella y suelo irme a la acera de enfrente. Me defiendo de ella así, viéndola a cierta distancia, poniendo algunos metros por medio, aunque no demasiados. La calle es estrecha.

Sé que me mira, me mira desde hace décadas cuando paso a su lado, esas dos ventanas redondas de la segunda planta me miran.

Tambien me olfatea. Su esquina algo roma por el paso del tiempo nota mi presencia y me lo demuestra moviendo algo en su interior haciendo un sonido brusco y bronco. 

Cuando alguien, hace ya muchos años, tuvo la  idea de cambiar aquella frágil bombilla que apenas iluminaba, la luz que recibía la fachada no alteró su aspecto siniestro. Aún recuerdo como el leve oscilar de la lampara hacía que las sombras en los dinteles de las ventanas semejaran unos enormes parpados que parecían espiar a quien  pasaba.

Aquel dia, era de dia, la pequeña puerta de dos hojas estaba abierta. Un montón de arena y unos sacos de yeso advertían alguna reparación en su interior y, aprovechando la ocasión, me atreví a entrar. 

 El pequeño portal olía a humedad, unas baldosas sueltas que se movían al pisarlas, formaban un camino de triangulos negros y amarillos hacia la cocina que servía tambien de comedor. Y allí, en un rincón, como yo la recordaba, estaba la mecedora en la que murió una antigua propietaria, una señora  mayor de rasgos amables y a la que nunca escuché pronunciar una palabra.

 Cuando nuestro balón caía en su balcón, antes de que yo llegara a golpear la puerta con la aldaba, ya me la encontraba entreabierta y , con mucho sigilo, yo recogía la pelota de su balcón mientras ella me miraba. Con cierta vanidad ella sonreía y adivinaba mi sorpresa y mi admiración por aquel ingenioso modo de abrir. Una cuerda que recorría un intrincado camino de carruchas que iba desde su mano al pestillo de la puerta y que con un suave tirón me permitía entrar.
  
Un día no se abrió la puerta y no pude recuperar el balón.

Arriba, en el tejado, continuaba el trasiego y se oía ruido de tejas y una conversación que no entendía. Decidí subir. Era una escalera estrecha con escalones de yeso oscurecido con almagra, y con mamperlanes de madera gastados por el uso. Uno de ellos, algo más levantado que los demás, tenía una marca de pintura roja, y de una manera instintiva, evité pisarlo. Dicen que fue el culpable de la segunda muerte, una anciana cuya radio atronaba dia y noche sin que atendiera a ruegos de vecinos ni a requerimientos de la policía municipal. 

 Cierta mañana, al pasar camino del colegio, sentí el silencio en la calle. Por la tarde, la enterraron.

El ajetreo del tejado contínuaba y tampoco llegaba a saber de qué hablaban, aunque parecía ser el tarareo de una canción. Junto a la baranda, ya en la primera planta, estaba uno de los dormitorios. Sabía lo que allí ocurrió, y temeroso, no pasé a su interior. Mis ojos se acostumbraban a la penumbra, y desde la puerta distinguía una cama de barrotes negros y pomos dorados. No tenía colchón y el somier de alambres le daba un toque desangelado e inutil. Un cuadro de una virgen y un cordon de colores era la única decoración de aquella estancia donde vivió durante unos meses aquel  hombre. Le visitaban sus hijos de tarde en tarde y siempre se  se quejaba a los vecinos de los ruidos insoportables de la calle. Nadie entendía qué queria decir con aquello, y menos aún cuando tapió la ventana.

 Un domingo, su hijo lo encontró colgado de un gancho del techo.

Un crujido y un golpe se oyeron en el tejado callando el trasiego y la conversación. O para ser más preciso, cambiaron de lugar. En la calle, un rumor creciente de voces y gente subía hasta mí.  

 Cuarenta años y cuatro muertos después, salí de aquella casa...

7 comentarios:

  1. Una casa visitada por la muerte, de la que hay que alejarse. En el texto se presiente desde el inicio que algo va a ocurrir. Creaste un clima y una tensión que conducen al desenlace final, donde se intuye que alguien más morirá.
    Me gustó mucho tu prosa, el tema y como lo desarrollaste.
    Un abrazo

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  2. Espectacular relato. Me gustan mucho este tipo de relatos con una trama que se respira angustia.
    Un abrazo.

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  3. Absorta en la lectura casi pude escuchar ese crujido, seco, sordo.
    Te conmino a seguir escribiendo, creo que tienes mucho que contar.

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  4. Menuda sorpresa: un cuentista. Me quedo.

    Respiré la angustia que supiste crear con tus palabras.
    Felicidades de otra cuentista que, en ocasiones, habla de manías y de locuras varias que se le pasan por la cabeza.

    Un abrazo.

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  5. Casi me dio hasta miedo.
    No sé, has conseguido hacerme entrar en la casa, y sentir el frio al igual que el protagonista de cada estancia, de cada peldaño.
    La angustia y el recuerdo mezclándose mientras asciende a la terraza.
    La verdad es que el final no lo esperaba.
    Una casa como para no entrar mucho, la verdad, parece que todos tienen un mal final.

    Genial el relato. De verdad mis felicitaciones.

    Besos mediterráneos.

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  6. Que pase el siguiente. Es un relato conciso y claro. Me gustó. Con tu permiso me quedo por aquí. Te animo a visitar mi blog.

    Saludos Víctor

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  7. Estoy esperando otro cuentecito...
    Besos.

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