miércoles, 27 de febrero de 2013

Obediencia debida...


-Dispara, cabrón , dispara...

Maldices a quien se le ocurrío poner el cuartel en aquella hendidura de la tierra, una caldera donde tú ocupabas el fondo. Un sumidero donde toda la mierda te cae encima, pero te maldices a tí tambien por ser a veces tan atolondrado tomando decisiones.

 Podrías estar en otro lugar más tranquilo y menos ajetreado, pero ya no tiene remedio y te dices que hay que aguantar.

-Disparad, cabrones, disparad...

Las voces siguen increpando a tus compañeros, y tambien a tí. Os mirais sin saber qué debeis hacer. Mientras, aquel barrigudo borracho y de grandes bolsas en los ojos, ese sapo erecto,  dispara sin cesar contra unas figuras que se mueven en la ladera que teneis enfrente.

Piensas lo estúpido que parece blandiendo su pistola que descarga una y otra vez. Sabeis que a esa distancia las balas quedarán a medio camino, y te ves tan imbécil con el fusíl en las manos, y tan imbécil de poder sucumbir a sus órdenes.

Tus neuronas o lo que sea que gobierna tus actos cruzan información entre ellas a un ritmo que apenas  dejan enterarte qué es lo que quieren que hagas.
Te dicen que a esa distancia tienes un blanco fácil, pero te preguntan  por qué vas a disparar. Le respondes que te lo están mandando, y ellas replican que por qué tienes que obedecer. Y callas...y sigues oyendo disparos del barrigudo borracho.

Un tortazo y un puñetazo te sacan de tu silencioso y trepidante diálogo interior. Y tomas una decisión, tomais esa decisión. Disparais... 

Las balas chocan contra las piedras y taladran la tierra a varios metros de aquellos infelices e ingenuos asaltantes.
 Por algún ignorado motivo, tus compañeros han pensado lo mismo que tú. Las balas provocan una aureola de polvo que rodea la huida de aquellos que, cuando se ven seguros, alardean con grandes gritos de su insensata y peligrosa  hazaña. 

Pero sabes que vuestra actitud no quedará impune. La bronca y los empujones posteriores del barrigón no serán nada. Os esperan unas horas extras de pista americana a la luz de una luna sonriente, con la mochila llena de piedras...y el estómago vacío.

lunes, 4 de febrero de 2013

Piruetas de colores...


Le había costado pero, al final, lo consiguió. Es un poco complicado meterse en una burbuja, inténtalo si quieres, pero si además, deseas remontar el vuelo con tu peso, entonces  requiere sumarle una habilidad especial. Pero él sabía cómo hacerlo.

Durante días había preparado con inusitado mimo y detalle unas notas sobre aquella tímida constelación.  Desde hacía meses le tenía obsesionado y la observaba con cierto aire de resignación allá en lo alto,  situada en una esquina del segundo cuadrante. Y esperó, y esperó hasta el momento en que se suponía iba a poder verla en las mejores condiciones. La impaciencia le corroía mientras ascendía lentamente en aquella frágil pompa, pero aquella mancha blanca y redonda que le embelesaba durante tantas noches, en esta ocasión se resistía a desaparecer bajo la oscura línea del horizonte. Y es que esa noche le estorbaba para observar “su” constelación.

Por fin la noche ganó la partida. Terminaba, ensimismado, de echar el último vistazo al orden en que tenía que hacer todas las tareas cuando un silbido fue ganando intensidad. Extrañado por aquel raro sonido miró por si la Luna había vuelto sobre sus pasos. Pero no, no era la Luna.  Con un estruendo explosivo, la burbuja estalló y algo se metió por su manga pero en lugar de caer, le arrastraba, y subía, y subía...

La explosión multicolor le obligó a cerrar los ojos por unos instantes. Sus bigotes se volvieron azules, las manos rojas, el tejuelo azul se tornó durante un momento de un color anaranjado y sus papeles quedaron flotando en el aire.

Intentaba poner en orden sus ideas, su cerebro acostumbrado a analizarlo todo, tomaba un ritmo febril buscando una causa cuando el ascenso se convirtió en una caída sin freno. El descenso fue abortado bruscamente por no sabía qué fuerza que lo empujaba de nuevo hacía arriba, luego para abajo y, sin respeto por las leyes de la gravedad, lo llevaba ahora en una trayectoria horizontal.

En ese extraño zarandeo comenzó a tomar las riendas de su pensamiento, o tal vez esas extrañas y ocultas normas de supervivencia acudieron en su ayuda, y consiguió ver la causa de tan extraña situación. Aquel extraño objeto, enganchado a un eslabón de su tejuelo azul, era el causante. Desprendía un sibilante sonido y, en su interior, un corazón rojizo lo impulsaba ayudado de una flaca varilla que le hacía de timón.

Lo atrapó, se agarró con fuerza a él  y se repitió la historia. Ahora sus bigotes era rosados, mientras que el tejuelo formaba tonalidades metálicas y sus manos desprendían un raro color verde que las hacía parecer de pistacho. Y caía, otra vez caía. Pero algo había cambiado y una sonrisa socarrona que tanto despistaba a los suyos apareció en su rostro. Estaba comprendiendo de qué iba aquello.

Mientras descendía vio subir otro flacucho silbador y consiguió agarrarse a él. Cuando estalló formó un espectacular paraguas mientras oía a lo lejos un rumor creciente y continuado como una ola de oes. Se sintió protagonista y olvidó la tímida constelación del segundo cuadrante. Saltaba de un flacucho a otro, distinguiendo los efectos de cada uno. Este subía en espiral, aquél, al estallar, era un gran aro en el que se podía sentar, este otro formaba una gran bola de miles de colores. Su favorito era el azul cobalto y aprendió a diferenciarlo y a tomarlo en su trayectoria.

No se había divertido tanto desde aquella tarde en la que, junto a una becaria de insinuante tejuelo rojo, fabricó un tobogán con los volúmenes del Espasa. Sin saber muy bien cómo, acabaron entre las páginas del volumen TOUN -TRAZ, del que aún guarda un emotivo recuerdo.

Estaba en ese trajín de recuerdos y saltos entre flacuchos y sus colores explosionados, cuando un brusca sacudida atrapó su atención y cortó su particular baile pirotécnico .

-¿Esta era la tímida constelación del segundo cuadrante que requería tanta atención? Mañana pasa por mi despacho.

Quién así hablaba era una Brimba de tejuelo lila. Adornaba su indumentaria con unos extraños y punzantes aderezos. La vio alejarse  a lomos de un extraño artefacto  que manejaba con destreza, lo que añadió intriga a la situación, mientras su corazón quedaba encogido.

Pero lo que no vió el Brimba de tejuelo azul era la sonrisa que ella esbozó mientras en su bolsillo apretaba un tejuelo rojo con el que solía disfrazarse a veces para pasar desapercibida.

Pero lo que pasó al dia siguiente, en el despacho de aquella Brimba de tejuelo lila y que a veces se disfrazaba de becaria de tejuelo rojo...eso...eso será otra historia…