lunes, 25 de marzo de 2013

Fuego o madera...


Hay que saber ver y oir el fuego de una chimenea. No es complicado. Un poco de interés hasta cogerle su peculiar acento, pero sobre todo, que no se sienta cohibido por otros resplandores.

Es fiero, hay que guardarle las distancias, pero también es muy susceptible…pero él y yo lo sabemos, nadie es perfecto y él no iba a ser la excepción. 

Le molesta, lo sé, que no le preste toda la atención que quisiera, pero hasta ahora nos entendemos bien y no hemos tenido incidencias reseñables. 





Esta noche le he dado todo el protagonismo que a él le gusta. Apago todo aquello que pueda dar alguna luz y entonces, sabiéndose el centro de atención, comienza su espectáculo.

El hogar de la chimenea se convierte en un escenario que el colma de luces y sombras que trascienden a un singular patio de butacas donde espero su historia.

Es un mago capaz de sacar del objeto más nimio, la sombra chinesca más aterradora, la más tierna, la más intrigante o la más romántica. Si es necesario para dar más énfasis a su narración la adorna con fuegos artificiales y cientos de chispas multicolores crepitan en el aire.


La escena se desarrolla con un tempo como solo él sabe darle. Las llamas surgen a veces con violencia, casi con ganas de poner roja a esa Luna curiosa que se asoma por  lo alto de la chimenea. Otras veces, tímidas, se retraen entre la madera hasta que cogen confianza y,entonces, se muestran orgullosas de su perfil y flamear oscilantes.

Pero a pesar de la ferocidad y el ensañamiento que le he visto a veces, este fuego tiene hoy una esencia sentimental. Esa forma de enamorar, con suavidad, con ternura, raramente la he visto. 


Con cierta timidez se acerca a la madera, la roza suavemente, espera su reacción, y a que se deje acariciar envolviéndol con parsimonia en un abrazo irresistible.

Consigue desarmarla y penetrar entre las rendijas que ella va abriendo. Es consciente de que la ha conquistado y quiere conducir con vehemencia hacia su interior ese fervor abrasador. Las llamas rodean la madera, se funde con ella, y no se sabe muy bien quien es el fuego y quien  la madera.


Todo es rojo intenso y la madera pierde su color, y el fuego su llama. Todo es incandescente. Aquello no es madera, pero tampoco son llamas.  Las brasas rojas reposan en una simbiosis extraña. 


El fuego no sería nada sin la madera, la madera nunca conocería el extasis sin el fuego…se necesitan.


El fragor, las llamaradas, la jarana bulliciosa y las sombras chinescas han cesado para no robar intimidad a  los amantes.


Solo queda el delirio silencioso de las  ardientes ascuas. 


Y yo  me quedo contemplando ese inusual escenario y me pregunto si seré fuego o  madera…