Hay que saber ver y
oir el fuego de una chimenea. No es complicado. Un poco de interés hasta
cogerle su peculiar acento, pero sobre todo, que no se sienta cohibido por
otros resplandores.
Es fiero, hay que
guardarle las distancias, pero también es muy susceptible…pero él y yo lo
sabemos, nadie es perfecto y él no iba a ser la excepción.
Le molesta, lo sé,
que no le preste toda la atención que quisiera, pero hasta ahora nos entendemos
bien y no hemos tenido incidencias reseñables.
Esta noche le he
dado todo el protagonismo que a él le gusta. Apago todo aquello que pueda dar
alguna luz y entonces, sabiéndose el centro de atención, comienza su
espectáculo.
El hogar de la
chimenea se convierte en un escenario que el colma de luces y sombras que
trascienden a un singular patio de butacas donde espero su historia.
Es un mago capaz de
sacar del objeto más nimio, la sombra chinesca más aterradora, la más tierna,
la más intrigante o la más romántica. Si es necesario para dar más énfasis a su
narración la adorna con fuegos artificiales y cientos de chispas multicolores
crepitan en el aire.
La escena se
desarrolla con un tempo como solo él sabe darle. Las llamas surgen a veces con
violencia, casi con ganas de poner roja a esa Luna curiosa que se asoma
por lo alto de la chimenea. Otras veces, tímidas, se retraen entre la
madera hasta que cogen confianza y,entonces, se muestran orgullosas de su
perfil y flamear oscilantes.
Pero a pesar de la
ferocidad y el ensañamiento que le he visto a veces, este fuego tiene hoy una
esencia sentimental. Esa forma de enamorar, con suavidad, con ternura,
raramente la he visto.
Con cierta timidez
se acerca a la madera, la roza suavemente, espera su reacción, y a que se deje
acariciar envolviéndol con parsimonia en un abrazo irresistible.
Consigue desarmarla
y penetrar entre las rendijas que ella va abriendo. Es consciente de que la ha
conquistado y quiere conducir con vehemencia hacia su interior ese fervor
abrasador. Las llamas rodean la madera, se funde con ella, y no se sabe muy
bien quien es el fuego y quien la madera.
Todo es rojo
intenso y la madera pierde su color, y el fuego su llama. Todo es
incandescente. Aquello no es madera, pero tampoco son llamas. Las brasas
rojas reposan en una simbiosis extraña.
El fuego no sería
nada sin la madera, la madera nunca conocería el extasis sin el fuego…se
necesitan.
El fragor, las
llamaradas, la jarana bulliciosa y las sombras chinescas han cesado para no
robar intimidad a los amantes.
Solo queda el
delirio silencioso de las ardientes ascuas.
Y yo me quedo
contemplando ese inusual escenario y me pregunto si seré fuego o madera…