-Dispara, cabrón , dispara...
Maldices a quien se le ocurrío poner el cuartel en aquella hendidura de la tierra, una caldera donde tú ocupabas el fondo. Un sumidero donde toda la mierda te cae encima, pero te maldices a tí tambien por ser a veces tan atolondrado tomando decisiones.
Podrías estar en otro lugar más tranquilo y menos ajetreado, pero ya no tiene remedio y te dices que hay que aguantar.
-Disparad, cabrones, disparad...
-Disparad, cabrones, disparad...
Las voces siguen increpando a tus compañeros, y tambien a tí. Os mirais sin saber qué debeis hacer. Mientras, aquel barrigudo borracho y de grandes bolsas en los ojos, ese sapo erecto, dispara sin cesar contra unas figuras que se mueven en la ladera que teneis enfrente.
Piensas lo estúpido que parece blandiendo su pistola que descarga una y otra vez. Sabeis que a esa distancia las balas quedarán a medio camino, y te ves tan imbécil con el fusíl en las manos, y tan imbécil de poder sucumbir a sus órdenes.
Tus neuronas o lo que sea que gobierna tus actos cruzan información entre ellas a un ritmo que apenas dejan enterarte qué es lo que quieren que hagas.
Te dicen que a esa distancia tienes un blanco fácil, pero te preguntan por qué vas a disparar. Le respondes que te lo están mandando, y ellas replican que por qué tienes que obedecer. Y callas...y sigues oyendo disparos del barrigudo borracho.
Un tortazo y un puñetazo te sacan de tu silencioso y trepidante diálogo interior. Y tomas una decisión, tomais esa decisión. Disparais...
Las balas chocan contra las piedras y taladran la tierra a varios metros de aquellos infelices e ingenuos asaltantes.
Por algún ignorado motivo, tus compañeros han pensado lo mismo que tú. Las balas provocan una aureola de polvo que rodea la huida de aquellos que, cuando se ven seguros, alardean con grandes gritos de su insensata y peligrosa hazaña.
Pero sabes que vuestra actitud no quedará impune. La bronca y los empujones posteriores del barrigón no serán nada. Os esperan unas horas extras de pista americana a la luz de una luna sonriente, con la mochila llena de piedras...y el estómago vacío.
Las cosas y las chapuzas de la guerra...
ResponderEliminarBuen relato.
Un abrazo.
Hacer el amor no la guerra !
ResponderEliminarQue relato de fogo!!!!
ResponderEliminarBeijos.
Ocurre que hay gente tan miserable y tan enana de moral, que cuando tiene un arma en las manos se siente poderoso, insensatamente poderoso; y si quien tiene ese arma entre las manos tiene aquella otra del mando que le viene grande a su pequeñez, ocurre entonces que se vuelve fantasma, o peor, monstruo que descarga sus frustraciones sometiendo a los demás.
ResponderEliminarBesos mil.
Crudo y áspero relato, magníficamente desarrollado Victor. Me ha gustado mucho. Un abrazo
ResponderEliminarProvocar a unos hombres armados es una temeridad que puede costar caro, lo normal es que dispararan, pero no a las rocas como hicieron en este relato.
ResponderEliminarMuy bueno el relato, no le falta nada.
Un abrazo.
Vaya movida...prefiero la de los 80,,,un abrazo desde Murcia
ResponderEliminar¡Hola, víctor! Hoy que, por fin he tenido tiempo de ver cosas interesantes, he descubierto tus otros dos blogs y me parecen fantásticos. Siempre es un gusto ver tus fotos (incluso cuando es de pasada, como últimamente) ¡Felicidades!
ResponderEliminarMe ha interesado mucho ese diálogo interno ¿porqué disparas? y claro todo lo consecutivo.
ResponderEliminarSaludos y un placer.
La mente nos puede hacer pasar malas pasadas.Tu relato son solo son una parte de tus fantasias
ResponderEliminarSaludos