La aguja avanza.
Sin contemplación alcanza, uno tras otro, los minúsculos hitos negros de su camino circular.
Va amontonando sin compasión, una tras otra, vueltas a su eterno trabajo.
Todo es igual, todas se parecen, pero imperceptiblemente algo va cambiando.
Miras al espejo, y no reconoces al que ante ti aparece.
Los hitos negros del tiempo han cambiado de lugar, ahora están sobre ti, pequeños, pero que con una inexorable llamada, tienden sus brazos.
Vuelves a mirar, se han unido unos a otros, las imperceptibles líneas son ahora surcos, surcos de tiempo.
Sientes pena de ti...
Han pasado treinta años.
pero, al fin y al cabo son surcos labrados y vividos
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