Le había costado pero, al final, lo consiguió. Es un poco
complicado meterse en una burbuja, inténtalo si quieres, pero si además, deseas
remontar el vuelo con tu peso, entonces
requiere sumarle una habilidad especial. Pero él sabía cómo hacerlo.
Durante días había preparado con inusitado mimo y detalle unas notas sobre
aquella tímida constelación. Desde hacía
meses le tenía obsesionado y la observaba con cierto aire de resignación allá
en lo alto, situada en una esquina del
segundo cuadrante. Y esperó, y esperó hasta el momento en que se suponía iba a
poder verla en las mejores condiciones. La impaciencia le corroía mientras
ascendía lentamente en aquella frágil pompa, pero aquella mancha blanca y
redonda que le embelesaba durante tantas noches, en esta ocasión se resistía a
desaparecer bajo la oscura línea del horizonte. Y es que esa noche le estorbaba
para observar “su” constelación.
Por fin la noche ganó la partida. Terminaba, ensimismado, de echar el último
vistazo al orden en que tenía que hacer todas las tareas cuando un silbido fue
ganando intensidad. Extrañado por aquel raro sonido miró por si la Luna había
vuelto sobre sus pasos. Pero no, no era la Luna. Con un estruendo explosivo, la burbuja
estalló y algo se metió por su manga pero en lugar de caer, le arrastraba, y
subía, y subía...
La explosión multicolor le obligó a cerrar los ojos por unos
instantes. Sus bigotes se volvieron azules, las manos rojas, el tejuelo azul se
tornó durante un momento de un color anaranjado y sus papeles quedaron flotando
en el aire.
Intentaba poner en orden sus ideas, su cerebro acostumbrado a analizarlo todo,
tomaba un ritmo febril buscando una causa cuando el ascenso se convirtió en una
caída sin freno. El descenso fue abortado bruscamente por no sabía qué fuerza
que lo empujaba de nuevo hacía arriba, luego para abajo y, sin respeto por las
leyes de la gravedad, lo llevaba ahora en una trayectoria horizontal.
En ese extraño zarandeo comenzó a tomar las riendas de su pensamiento, o tal
vez esas extrañas y ocultas normas de supervivencia acudieron en su ayuda, y
consiguió ver la causa de tan extraña situación. Aquel extraño objeto,
enganchado a un eslabón de su tejuelo azul, era el causante. Desprendía un
sibilante sonido y, en su interior, un corazón rojizo lo impulsaba ayudado de
una flaca varilla que le hacía de timón.
Lo atrapó, se agarró con fuerza a él y
se repitió la historia. Ahora sus bigotes era rosados, mientras que el tejuelo
formaba tonalidades metálicas y sus manos desprendían un raro color verde que
las hacía parecer de pistacho. Y caía, otra vez caía. Pero algo había cambiado
y una sonrisa socarrona que tanto despistaba a los suyos apareció en su rostro.
Estaba comprendiendo de qué iba aquello.
Mientras descendía vio subir otro flacucho silbador y consiguió agarrarse a él.
Cuando estalló formó un espectacular paraguas mientras oía a lo lejos un rumor
creciente y continuado como una ola de oes. Se sintió protagonista y olvidó la
tímida constelación del segundo cuadrante. Saltaba de un flacucho a otro,
distinguiendo los efectos de cada uno. Este subía en espiral, aquél, al
estallar, era un gran aro en el que se podía sentar, este otro formaba una gran
bola de miles de colores. Su favorito era el azul cobalto y aprendió a
diferenciarlo y a tomarlo en su trayectoria.
No se había divertido tanto desde aquella tarde en la que, junto a una becaria
de insinuante tejuelo rojo, fabricó un tobogán con los volúmenes del Espasa. Sin
saber muy bien cómo, acabaron entre las páginas del volumen TOUN -TRAZ, del que
aún guarda un emotivo recuerdo.
Estaba en ese trajín de recuerdos y saltos entre flacuchos y sus colores
explosionados, cuando un brusca sacudida atrapó su atención y cortó su
particular baile pirotécnico .
-¿Esta era la tímida constelación del segundo cuadrante que requería tanta
atención? Mañana pasa por mi despacho.
Quién así hablaba era una Brimba de tejuelo lila. Adornaba su indumentaria con
unos extraños y punzantes aderezos. La vio alejarse a lomos de un extraño artefacto que manejaba con destreza, lo que añadió
intriga a la situación, mientras su corazón quedaba encogido.
Pero lo que no vió el Brimba de tejuelo azul era la sonrisa que ella esbozó
mientras en su bolsillo apretaba un tejuelo rojo con el que solía disfrazarse a
veces para pasar desapercibida.
Pero lo que pasó al dia siguiente, en el despacho de aquella Brimba de tejuelo
lila y que a veces se disfrazaba de becaria de tejuelo rojo...eso...eso será otra historia…