jueves, 15 de abril de 2010

Esquema 2. El tiempo…

      Miraba por la ventana, pasaba horas enteras ante ella y, casi siempre, descubría algún detalle nuevo. Los arboles, empujados por el viento, movían las ramas haciendo que sonaran las hojas. Suspiró y entornó los ojos. Volvió a abrirlos y las ramas estaban desnudas, apenas se movían.

-Martín, deja ya de mirar por la ventana, que manía.

-Cómo si tuviera algo mejor que hacer, contestó a su esposa, con una desgana no falta de ironía mientras con lentitud movía la silla, a la que, con mucha parsimonia, hacía rodar sus ruedas.

Con delicada exactitud conducía una de las ruedas sobre la línea del pavimento. Apenas había dos metros desde la ventana a la mesa, pero parecía una distancia enorme por la irritante lentitud con la que circulaba sobre aquella tenue fisura del suelo.

-Vamos, hombre, no tengo todo el dia para estar aquí.

Él la miró, una sonrisa apenas dibujada y una mirada traviesa en sus ojos aparecieron en su rostro. Le divertía sacarle ese disimulado genio con el que se dirigía a él. Siempre  lo había idolatrado, lo sabía y se aprovechaba de ello. A veces sentía que, en tantos años como llevaban juntos, no había sido capaz de devolverle en la misma medida aquellas atenciones, aquellos cuidados, aquel amor.

-Mamá,…mamá ¿donde estás? 

Una vocecilla jubilosa, entrecortada por el esfuerzo, llegaba acompañada de una sonrisa de oreja a oreja y unos ojos grandes y brillantes por la emoción.

-Me lo han dado, por fin, este año me lo han dado.

Los dos, expectantes y divertidos, se miraban ante aquella explosiva llegada de su hija, y tras los jadeantes gritos, esperaban que llegara la calma y, con ella, la noticia…